
Llegó un día del 98, era flaco y vivaracho, pero ya estaba crecido. Como era de esperarse, yo no lo quería. Es que pensaba que venía a robarle el lugar al Gringo y teníamos que suspender el partido de beisbol por sus riñas. Los chicos del barrio le pusieron Tomás por el personaje de Nahuel Mutti en Verano del '98, es que nadie hablaba de otras cosas por esos días. A él se ve que no le molestó demasiado, enseguida respondía al llamado. Por algún motivo inicial que sólo él ha de haber presentido, Tomás se quedó. Y fue por más. De un día para el otro se quedó a dormir en la puerta de casa y no había poder divino que lo hiciera irse. Para entonces mamá le preparaba comida a los dos, Gringo y Tomás, los dos "callejeros". Alimento que había que dejárselos por separado porque NUNCA DEJARON DE PELEARSE. Con el tiempo lo hicieron entrar por el frío, pero sólo cuando quería. Por accidentes de su vida agitada lo operaron en el 2002. Como el post operatorio iba a ser complicado (nunca quería estar adentro), lo dejaron en la veterinaria un mes. Y allá iba mi mamá todas las tardes con el puchero para "su perro". Cuando volvió, yo venía de gimnasia (iba a quinto año), me acuerdo que lo abracé, que estaba flaco y que la cicatriz de la cadera era muy fea, que teniamos miedo que no le creciera más pelo o que enseguida se peleara y arruinara todo. El veterinario había sido claro, un accidente más y lo tenían que sacrificar. Mi mamá lo cuidaba todo el día. Mi hermano Fiori lo sacaba a pasear de noche con correa, todos los vecinos preguntaban por su salud. Pero salió adelante, porque Tomás era fuerte y los que estuvimos cerca de él lo quisimos mucho. Aunque ladrara cada vez que te veía salir con el perro o corriera como un tarado. Tomás se adueñó de los espacios, nos siguió por cielo tierra y a fuerza de quejas y reclamos de todos, lo aprendimos a querer. Después vino Mere y la Chancha y el invierno del 99 en el que dormian los tres apilados del frío. La chancha fue adoptada por una vecina, Mere tuvo un final más triste, de cachorro que había sido abandonado y no entendía la calle. Mis amigas y yo (tan dueñas todas de Tomás) crecíamos. Tomás envejecía. Noelia, Candy, Karina, Dolly, mi hermana Julieta, y otros que frecuentábamos. Pero Tomás siempre estaba con nosotras. Fue el testigo del pase de la coca a la cerveza, del verano de "Dolly y su pandilla", de algunas noches de verano que fumábamos en el estacionamiento y empezábamos a correr cuando aparecía algún conocido. Tomasito fue el testigo de los últimos once años en la vida de cada una. Estuvo cuando por cosas de la vida dejamos de juntarnos todos los días, cuando cumplimos años, cuando dejamos la Coca Cola por la Quilmes,cuando Candy se fue de su casa, cuando Noe se casó y fue mamá, cuando cada una hizo su camino y también de las pocas veces que tratamos de juntarnos a reirnos del pasado. La tristeza que tengo es muy grande, pero no quiero largarme a llorar como una tonta. Tomás fue feliz, estoy segura de eso. Tomás nos quiso, nos eligió desde el primer momento, nos acompañó siempre que pudo (literalmente) y a cambio lo quisimos y lo cuidamos. Porque era fiel y ladrador (nada de guardián). Porque era nuestro perro, como dice Cortez. Porque tanto insistió en quedarse que no nos dejó otra opción. Por suerte. Movía la pata cuando le hacías cosquillas en el lomo, bastaba decirle "TOMI" para que viniera con la cabeza a pedir cariños o se tirara al piso para que le tocaras el pecho. Desaparecía días enteros cuando había alguna perra en celo en "la maceta del amor", peleaba con todo perro que se cruzara, caminaba sigiloso atrás tuyo y no importaba si te ibas 40 cuadras, te seguía. Tomás entró a catequesis cuando íbamos a clases para confirmarnos. Escuchó la misa de la San Francisco de Asís más veces que yo, se subió al E1 y se sentó al fondo un día que con las chicas decidimos ir al cine. Iba detrás de todo aquel que el sentía que tenía que acompañar. Iba detrás de mi mamá y le dio mucha alegría. Aunque se hiciera el que temblaba cada vez que ella abría la puerta, pero no lo hacía cuando lo espiabas por la mirilla. Cada uno de los que estuvo involucrado en la vida de Tomasito, tiene su historia para contar, su anécdota particular. Porque él estuvo ahí siempre, podía desaparecer días, pero de repente lo escuchabas ladrar en señal de que habia vuelto más flaco y con hambre. Era preguntarse entre todos donde andaba y de repente pasaba un vecino que de seguro ni sabías como se llamaba y te daba el paradero. Se lo perdonábamos porque era su ley. No ser de nadie pero ser de todos. Quiero verlo correr por siempre, dormir, saludarnos, no me quiero olvidar nunca de él porque eso sería muy ingrato y desconocería casi la mitad de mi vida. Gracias TOnchi, gracias por todo lo que nos diste y por dejar que te cuidáramos siempre.
3 comentarios:
La administración: yo iba a ser la gordita feliz y soy la flaca MALAONDA!!!
Me reí mucho con esto
O DIOSSSS!
Ayer estaba de una amiga y le leia tu comentario y dice (textual): uy esa chica se acaba de peliar!
A lo cual respondo: eee si, creo que hace un año. Jaja
Sin conocerte te saco la ficha
saludos
Cora
Qué lindo lo que escribiste, los perros callejeros son los mejores, son unos personajes. Te quiero mucho.
Soy la flaca malaonda peleada o no. Ya no tengo arreglo, un disastro mamma!
Hola Lorna, es que lo extrañé esta mañana cuando no ladró y salí y no lo vi mover la cola, no sé, me da mucha, muchisima pena.
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