Y sí. Ya sé desde hace muchos años que la felicidad plena no existe.
No me molesta.
El punto es cuando ya me duelen los huesos de carencia, cuando tengo que encerrarme en mi casa para preservarme. Cuando ya sé que fisicamente no voy a soportarlo.
Ese, ese es el límite de la manifestación de mi silenciosa tristeza que hace un tiempo me acompaña.
Como cuando mi nuevo messenger me avisa los cambios de estado, como cuando leo cosas viejas y me doy cuenta que el tiempo pasó, que no pude abarcarlo, que voy a la nada, que voy a ser lo que desde los doce/trece años supe que sería.
Y punto.
La felicidad plena no existe.
Pero ya no me importa.
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